lunes, 15 de julio de 2024

Aleja

 Tengo ganas de salir corriendo-. Piensa Aleja, siente como si toda su vida la hubiese vivido en una celda en la que no hay fantasías, ni sueños y recordar su infancia la pone abajo de lo más bajo. Recuerda cuando jugaba con las dos únicas muñecas sucias y viejas que cargaban ella y su hermana Cami, o cuando se sentaban a la orilla del caño a lanzarle piedras a las ratas. El recuerdo le sirve para reconstruir momentos que le ayudan a resistir y a permanecer de pie en esa tormenta espantosa que representan su casa, sus amigos, su barrio, su vida. Pero al mismo tiempo, el recuerdo se convierte en uno de sus más fuertes enemigos; cuando recupera esos sueños, esas fantasías que aun hoy vagan por su cabeza y la sumergen en una angustia terrible.

A sus doce años ya sabía dónde comprar marihuana, como armar un cacho y como evitar que su madre se diera cuenta de que había llegado trabada.

Todas las noches se reunía en una cancha, con sus amigos a fumar marihuana y a comentar las próximas vueltas que iban a hacer. Ahora, a sus veintisiete años siente que en su vida no ha pasado nada; que toda su vida ha sido como una inmensa rueda que gira y gira sin sentido alguno; cayendo siempre en el mismo sitio. Miguel su amigo de infancia, hoy el padre de su hijo, fue quien la relaciono directamente con el parche de Hugo “el Flaco”. Aleja llegaba en las noches y sin que su madre se diera cuenta entraba, sacaba un cuchillo de cocina muy afilado, un arma hechiza de un solo tiro, varias bolsas de marihuana, una blusa y salía sin que nadie lo notara. Al otro día, llegaba con un mercado y dulces para sus hermanitas. Siempre trataba de llevarse bien con todo el parche, ellos sabían que con Alejita “lo que sea”, por eso ella suponía que si necesitaba algo o algún problema con alguien podía contar con ellos. Pero también sabía que los favores recibidos, tarde o temprano y de manera alguna serian cobrados. Cada paso se convertía en un eslabón más de esa cadena infinita. Minutos antes de cada vuelta, se reúnen en la tienda de don Rosemberg, unos cigarros, gaseosas, a veces cerveza y luego todos se dispersan alrededor de la calle. Solo quedan Aleja y el Flaco. Ella saca un revolver calibre 32 negro y se lo pasa, luego sale de la tienda y avanza hacia la esquina. El Flaco se pasa al frente y se sienta sobre el césped. Al cabo de unos minutos Aleja les hace una señal con las manos. Una buseta Montebello cruza la esquina. Ella le pone la mano desesperadamente para que se detenga. El conductor frena una cuadra después e inmediatamente todos se suben a la buseta. El primero que lo hace es el Flaco apuntándole con el arma en el rostro al conductor, mientras que los demás empiezan a registrar a todas las personas que aterrorizadas permanecen inmóviles en sus puestos. Esa vez, fueron cien mil, contando con lo que la chinga le quito al viejo del último puesto. La calle oscura, queda desolada, algunas ventanas se abren; pero la calma y tranquilidad que se respira las hace cerrar de nuevo. Excepto una, las de la tienda de don Rosemberg que siempre permanecen abiertas, observándolo todo. Aleja Llega a su casa, se quita la ropa que lleva y se lanza sobre su cama a disfrutar el sabor de la victoria, se regocija en su cama, se ríe, saca el dinero que ha recibido lo cuenta una y otra vez; piensa en todo lo que va a comprar mañana y una estruendosa risa asusta a sus hermanas que distraídamente miraban la televisión. De un momento a otro, su rostro se ensombrece cuando vuelve a pensar en “mañana”. Sumergirse de nuevo en esa gigantesca rueda de vueltas sin fin la aterra. Piensa en la vuelta que acabo de hacer; y una fría sonrisa aparece en su rostro, al minuto desaparece como si nunca hubiese estado allí, piensa en Miguel su novio; y una gran manta de incertidumbres cae sobre ella, piensa en su familia; y queda presa en un llanto imparable…

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