Unas
veces lo advertía, otras no tanto, pero alcanzaba a presentir que ese día no
llegaría. Entonces bajaba y se acostaba en el sofá, encendía la televisión y
subía el volumen de tal manera que el ruido de la soledad fuera absorbido por
el audio de la televisión. Sola, Inexorablemente sola. Se recostaba en el sofá y
pensaba como sería un día de su vida si no hubiera salido esa tarde con su
familia y los amigos de unas tías en los cuales venía Miguel. Vive con él hace
quince años. Sofi, su hija tiene nueve años y vive con sus abuelos, los padres
de Miguel que viven a la vuelta de su casa. Decidieron que se quedara con ellos,
mientras ella consigue un trabajo que le permita cuidarla y dedicarle tiempo.
De eso hace ya cinco años. Miguel viaja todo el tiempo por las carreteras del
país, conduce un bus Expreso Bolivariano y pasa por fuera la mayor parte de su
tiempo.
Esa
noche decidió salir a caminar, pero una sensación extraña que la habitaba desde
hacía días, la hizo devolver, sacar su celular, su cartera y parar un taxi. –
Me lleva a la Loma de la Cruz me hace el favor-. –Bueno señora, “la loma de la
cruz”. Replico el conductor a baja voz. Veía las luces encendidas de las casas,
personas afuera, sentadas en el antejardín, unas reían, otros conversaban. Esas
escenas agudizaban esa extraña sensación que la había intranquilizado durante
toda la semana. –¿Aquí o más arriba? – Déjeme por aquí me hace el favor. Subió
y se sentó en la glorieta, por unos minutos, sintió una brisa fuerte que enfrió
su rostro. De repente, el lugar se llenó de jóvenes con camisetas negras,
cabellos largos, y con grabadoras sentados en el suelo escuchando Heavy Metal,
y moviendo sus cabezas. Ella y Verónica sentadas en el piso reían y cabecean
cantando a gritos Breaking the law. Esos destellos del pasado iluminaban sus
ojos, la hacían girar su cabeza hacia el otro lado y de repente, verlo con una
botella de vino en la mano, cabeceando y gritando la canción. Luego se detenía
y sus ojos se encontraban con los de ella, ese momento no lo pudo olvidar
jamás. Fue como si ese día, el pacto entre ellos lo hubiera firmado sus ojos a
través de una mirada cómplice, de reconocimiento en la que ambos habían quedado
atrapados. Compró una cerveza y empezó a beberla de prisa, más rápido, quería que
pasara ese momento y volver a sentirse… “normal”. Pero el recuerdo ahora era
impasible y su presencia parecía inmutable en esa noche tan larga.
Termino su cerveza y vio unos ancianos que
pasaban frente a ella cogidos de la mano. Se levantó, sonrió, una lagrima mojó
su mejilla y murmuro, - adiós Danny…
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